El urbanismo laberíntico, el nombre de algunas calles y el colosal Castillo.
El legado andalusí lejos de ser sólo patrimonio, pudo ser el germen de Marbella, según la teoría de que la ciudad nació al calor de un fortín construido por Abderramán III en el siglo X.
Sólo hay que cerrar los ojos y retrotraerse a un pasado que comenzó a escribirse hace once siglos.
El paseo comienza en el parque de La Alameda, donde hoy conviven bancos, quioscos y árboles antaño había sólo una gran explanada -la 'al musalla'- con un minarete donde los árabes se reunían dos veces al año para celebrar un gran rezo o para una multitudinaria plegaria clamando porque lloviera.
Era la Marbella nazarí. Una gran muralla protegía a los pobladores.
Tres puertas daban paso al corazón de la ciudad hispano-musulmana:
La primera, la puerta del Mar, ubicada en la actual plaza África, frente a La Alameda.
La segunda, la puerta de Ronda, en lo que se conoce actualmente como Puente Ronda.
Y la última, la puerta de Málaga, en la zona de Puente Málaga.
De puertas para adentro: el zoco, la mezquita (presumiblemente ubicada donde hoy se levanta la Iglesia de la Encarnación) y los baños, elementos imprescindibles en la cultura musulmana.
El resto se dibujaba con un entramado de callejuelas laberínticas y de viviendas.
Resulta difícil percatarse de que el centro de Marbella estuvo antaño presidido por una gran muralla que circundaba unas ocho hectáreas.
De aquella época se heredaron los nombres de algunas calles -como Aduar o Atarazanas-, algunas cerámicas que cayeron en manos del hombre por azar, la estructura urbanística del casco antiguo y el Castillo, fortaleza construida por el califa Abderramán III en el siglo X.
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